Era un viernes y yo regresaba cansada del trabajo a mi casa. En el camino recibí su llamada. Y como siempre, al ver su nombre en la pantalla de mi celular, me emocioné mucho.
Estaba de intercambio por un mes en Coquimbo y me contaba que ya había terminado su jornada y saldría con sus amigos a comer.
Un rato más tarde, subió a mi departamento uno de los conserjes del edificio y me entregó una rosa con una tarjeta que le habían encomendado. Dudosa, le dije que debía ser un error porque mi novio no estaba en Santiago y tal vez era para otra persona. Él insistió con apuro que era para mí.
Tomé la rosa y leí la tarjeta que llevaba su nombre completo y decía: “¿Te gustó? Asómate por la ventana de tu pieza…”.
Fue un momento confuso, ya que él había viajado a Santiago el fin de semana anterior, y no me imaginé que ese día pudiera haber manejado 6 horas o haber tomado otro vuelo. Pero la ansiedad me llevó rápidamente a mirar por la ventana de mi pieza!
Lo vi parado en el jardín del edificio desde el piso 12, saludándome y moviendo su brazo para que lo viera.
Me alegré al verlo y pensé que se trataba de una linda sorpresa que se le había ocurrido para visitarme otro fin de semana más. Le sonreí y le dije que subiera, pero él con su cara pícara y esa sonrisa característica que apenas se distinguía, insistió que bajara yo.
En esos segundos que inundaron mi cabeza de extrañas sensaciones, me dirigí rápidamente al ascensor sin estar segura de lo que estaba sucediendo, ya que por una parte llevábamos juntos unos años, y nuestra relación se consolidaba cada vez más, pero por otro lado no esperé que me hiciera esa propuesta todavía, ya que él aún no terminaba sus estudios.
Me dirigí al jardín y estaba él con un arreglo de más de una docena de rosas rojas en una mano y una bonita bolsa negra en la otra. Entre nervioso y alegre, me entregó las rosas, luego me dio la bolsa para que yo viera qué había adentro y me hizo la gran pregunta: “¿Quieres casarte conmigo?”
Fue un momento mágico, romántico y muy emocionante. Con una gran sonrisa y un beso, acepté su propuesta y luego temblando de nervios, abrí la bolsa y vi la cajita. Era un hermoso y brillante anillo que había comprado con mucho amor y dedicación.
Por: Sharon Guberek