Al entrar vi que sobre nuestra cama había una caja de chocolates, una rosa roja y una carta. En ella él me contaba todo el amor que sentía por mí y lo feliz que era con nuestra familia. Salí del dormitorio con lágrimas de emoción en los ojos.
Él me esperaba con una sonrisa. Me dijo: “Eso era lo que tenía que hacer antes del trabajo. Por eso salí temprano y no quise decirte nada. Junto con las cosas que te dejé sobre la cama, quería agregar algo más, algo que no quise escribir porque necesitaba decírtelo mirándote a los ojos.” Entonces, tomó mis manos, me miró profundamente y continuó: “Quiero decirte que me harías aún más feliz de lo que ya soy si en este momento aceptas casarte conmigo.”
Me quedé sin palabras, dichosa, sin poder creerlo. Habíamos hablado del tema alguna vez, pero nunca lo habíamos planeado en serio. Con esa proposición tan hermosa y todo lo que hizo para prepararla, me dejó encantada. Lo abracé con fuerza y le dije con toda mi emoción:
“¡Sí, acepto!”
Johana Barria