Nuestra historia de amor es un verdadero cuento de romance y devoción. Somos una pareja cristiana, colombiana, que ha compartido cinco años y un mes de puro amor, respeto, comprensión y, sobre todo, un profundo cariño. Mi amado, mi compañero de vida, fue trasladado a Santiago por la compañía para la que trabajaba en Colombia. Fue una prueba desafiante para nuestra relación, ya que nunca antes habíamos estado separados. Cada día estábamos acostumbrados a vernos, a compartir nuestras vivencias y a estar siempre juntos.
Después de tres largos meses de distancia, él logró traerme a su lado porque, según sus propias palabras, se sentía el hombre más solo y triste del mundo sin mí. Nuestro amor, sin embargo, permaneció inquebrantable.
En una noche especial, en una reunión de nuestro grupo juvenil cristiano al que asistimos con tanto gozo y bendición, mi Gustavito me pidió que me arreglara más linda que nunca. No entendía el porqué, pero accedí. Al llegar al salón, lleno de nuestros amigos y compañeros de fe, se desató una escena inesperada. De repente, alguien insinuó que había un ladrón entre nosotros, y el pánico se apoderó del lugar. Todos estaban asombrados y confundidos.
Entonces, mi Gustavito se levantó y, con una seguridad conmovedora, declaró que, en efecto, había una ladrona entre nosotros. Con una sonrisa cómplice, señaló que era yo, la que le había robado el corazón hace cinco años, un amor tan profundo que ni el tiempo ni la distancia pudieron desvanecer.
En ese momento, la canción “Todo lo que hago lo hago por ti” de Bryan Adams comenzó a sonar suavemente en el fondo. Las luces se apagaron y una proyección de nuestras fotos más bellas llenó el salón mientras él cantaba, su voz llena de amor y ternura. Fue un momento sublime, lleno de romanticismo.
Cuando las luces se encendieron, delante de todos, me ofreció una rosa artificial que, al abrirla, reveló un hermoso anillo en su interior. Con las palabras más dulces y sinceras, me pidió que fuera su esposa. Las lágrimas de alegría y emoción no tardaron en aparecer, mientras el grupo entero estallaba en vítores y aplausos.
Así, en medio de tanta felicidad, acepté la propuesta de mi amado, cerrando con broche de oro este acto de amor audaz y hermoso.