Nos conocimos gracias a una amiga en común. Ella soñaba con casarse, pero la vida no le dio la oportunidad: un cáncer fulminante la arrebató antes de cumplir su deseo.
Aunque amo a mi pololo, nunca había sentido urgencia por casarme. Pero el día del funeral, en medio del dolor y la multitud, él tomó la palabra para despedirla… y, sorprendentemente, también para pedirme que fuera su esposa.
No supe si llorar o reír. En su discurso, dijo que no quería dejar pasar la vida sin estar a mi lado y que Cristina, mi mejor amiga, habría estado orgullosa de él.
Fue un momento tan inesperado como conmovedor. En medio de lágrimas y aplausos, le di el sí.