Nos conocimos cuando éramos niños, pero la timidez y las bromas de nuestros padres nos mantuvieron alejados. Años después, la vida nos reunió de nuevo y esta vez no dejamos pasar la oportunidad de enamorarnos.
El día que me pidió matrimonio estábamos con amigos en un centro recreacional. Descubrimos un área cerrada con un candado, pero al otro lado se veía un paisaje hermoso. Saltamos la reja y encontramos un pequeño puente sobre un riachuelo cristalino. Mientras los demás se alejaban, él se arrodilló, sacó el anillo y me pidió que fuera su esposa.
Acepté de inmediato, pero el momento mágico se interrumpió cuando nuestros amigos, que nos observaban a lo lejos, salieron corriendo porque creyeron que los perseguía un perro. Terminamos huyendo todos y, al llegar a la reja, el cuidador nos retó. Pero nada de eso importó. Ya estábamos comprometidos.
Mariela Lagos